El tiempo que se escapa entre las manos

El tiempo, su percepción y gestión, es uno de los mayores detonantes emocionales. Somos conscientes de que todo cuando nos ocurre es efímero, tanto lo bueno como lo malo; además ignoramos cuánto durará. Esto provoca, entre otros sentimientos, una incertidumbre constante.

El tiempo es además condición de posibilidad; solo ocurre lo que dispone de tiempo para ocurrir. A veces, no sufrimos porque nos salgan las cosas mal, sufrimos por no tener tiempo siquiera para intentarlas, o por estar ese tiempo contaminado. Sacamos un rato para ir a ensayar con el grupo de teatro, pero estamos cansados; encima, no dejan de entrarnos mensajes “urgentes” del trabajo. También nos causa perturbación el modo en que usamos el tiempo disponible, puede que se nos escape en distracciones que no dejan ningún poso y eso nos frustre. O puede que sintamos la satisfacción de que cada minuto de un determinado día nos ha encaminado hacia las cosas que queremos vivir.

Hablar del tiempo y sus retos siempre me lleva a recordar a los antiguos griegos, que tenían tres dioses que lo gobernaban, mientras que nosotros nos hemos quedado solo con uno, con Cronos, que se ha convertido en un dictador. Cronos es el tiempo lineal; el cronograma, la agenda, el calendario. Es el tiempo que se mide, que nos sitúa en un lugar concreto, aunque también ante el vértigo de lo que hay por delante y de lo que queda atrás. Cronos es un dios práctico que puede ayudar a ordenar y sacar mejor partido a los momentos, el problema llega si se queda solo y se comporta como un tirano.

No dejan de inventarse aplicaciones y métodos para optimizar el uso de nuestro tiempo, sin embargo, aumenta la percepción de que cada vez nos llega para menos de lo que quisiéramos o deberíamos hacer. Por más que corramos, no logramos quitarnos a Cronos con su látigo de la espalda. Hay que rentabilizar el tiempo a toda costa con el objeto de tener más tiempo que seguir rentabilizando. Es un callejón de difícil salida que llega a alimentar el estrés, la angustia y la sensación de vacío.

Por eso para los griegos con Cronos no era suficiente. Es cierto que nuestro tiempo vital es finito y eso pone una espada de Damocles a nuestra espalda que nos impulsa a aprovecharlo antes de que la espada nos alcance. Pero no se puede vivir siempre gobernado por la angustia que llega a provocar ese hecho. De este modo, otro Dios, Kairós, gobernaba los momentos donde desaparece la percepción lineal, donde el pasado y el futuro se funden en el presente y entramos en comunión con las cosas, con quienes nos rodean, con lo que experimentamos a través de los sentidos. Salgo el sábado a las 10 de la mañana de casa, mi plan es ir primero al gimnasio, luego al supermercado y, antes de volver a preparar la comida, tomar un aperitivo en el bar del barrio. Pero, resulta que de camino al gimnasio me encuentro con Andrea, hacía años que no coincidíamos en persona, fuimos compañeros de piso en la uni; lo pasamos muy bien. En ese instante, puedo seguir el dictado de Cronos y, tras saludarla, seguir con mi plan, o puedo obedecer a Kayrós e invitarla a tomar un café; si acepta, quién sabe lo que puede deparar el día. Un camino entre medio es el socorrido, “tenemos que quedar”, que tiende a ser una estratagema de Cronos para que no salgamos de su redil. Ese instante, en el que me encontré casualmente con Andrea después de varios años, es irrepetible, por más que busquemos en las alternativas que ofrece Cronos, ya nunca aparecerá nada igual.

El tercer dios, Aión, gobernaba el tiempo circular, el cíclico. El tiempo de la naturaleza, del mundo, del universo. Tras la primavera vendrá el verano, luego el otoño, el invierno, el mismo ciclo se repetirá una y otra vez. Tras la nieve vendrá el deshielo, a los árboles les saldrán las hojas, luego los frutos. Cambiarán los ojos con que vemos ese ciclo, y cuando nuestros ojos ya no estén para verlo, el ciclo seguirá ocurriendo y otros ojos lo verán. Aión domina el tiempo que nos trasciende y no podemos abarcar, aunque tenemos el inmenso privilegio de contemplarlo y ser parte de él. Es algo que el físico Stephen Hawking explicaba de un modo maravilloso en la cita “solo somos una raza de primates en un planeta menor de una estrella ordinaria, pero podemos contemplar el universo”.

El domingo estuve en el Rastro de Madrid, en la zona donde la gente intercambia cromos de distintas colecciones. Yo hice muchas colecciones de niño. Recuerdo que cada colección tenía su época y luego daba paso a otra. La de la liga de fútbol se empezaba en agosto y duraba hasta septiembre. Poco a poco, empezaron a salir más y más cromos suplementarios, de tal modo que las colecciones se sabía cuándo empezaban pero no cuándo terminaban. Hemos llegado a un punto donde muchas colecciones son un continuo, no se distingue su fin.

El mismo domingo, al tomar el tren, me topé con un flamante árbol de Navidad. Como pasa con los cromos, la Navidad también invade cada vez más y más tiempo. ¿Qué le queda a noviembre como propio, como único, como irrepetible? Los ciclos de las cosas se funden, se confunden, se diluyen, se genera un totum revolutum donde cuesta encontrarse con el tiempo del Dios Aión y, lo que es peor, nos cuesta encontrarnos a nosotros en él. De este modo, se alimenta la confusión, la angustia, la melancolía por algo que no sabemos si está o no está, si está viniendo o si se está yendo. Los ciclos son hitos que nos ayudan a transitar mejor el tiempo, por más que también sean un testigo inexorable de su paso. Por suerte, en los ciclos naturales tenemos poco que decir, pero, en todos los que generamos desde la cultura, el desbordamiento es cada vez más notorio. El motivo es siempre el negocio, si hay adornos navideños la gente compra más, si las colecciones duran todo el año, se puede exprimir más el bolsillo de los niños. Todo sacrificio en nombre del comercio está justificado, aunque los sacrificados seamos nosotros.

Para los griegos el tiempo era plural, pues plurales eran, y son, los anhelos y necesidades que nos habitan. Está el tiempo que nos empuja, y a veces nos angustia, dada nuestra finitud. Está el que aspira a escapar del molde y ser, aunque solo sea por un instante, un eterno presente. Está el que nos trasciende y del que somos parte. El tiempo de Cronos puede medirse y ponerse en una tabla de Excel, en nuestro relato, todo lo que se puede medir es mejor, aunque la medida que dé sea decepcionante, frustrante e incluso terrible. Kayrós, en cambio, gobierna lo inconmensurable, lo que no puede medirse, y Aión gobierna lo eterno, lo infinito. Cosas que no pueden ponerse en una tabla de Excel e intentar monetizar, así que se miran con recelo. La pregunta final es, ¿cómo y cuándo plantearnos que nuestro tiempo puede ser más cosas, si el tiempo que tenemos está cada vez más acaparado y tiranizado?

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