De lo que no se puede hablar hay que callar  Ludwig Wittgenstein

Si la filosofía está llena de flipados, Wittgenstein podría llevarse la palma. Estaba convencido de haber encontrado el modo de resolver problemas que nos afligen desde la noche de los tiempos. En su tesis, el lenguaje es el camino a través del que avanzamos como seres humanos, pero con demasiada frecuencia se enfanga, se llena de malentendidos frustrantes. En su obra Tractatus Logico-Philosophicus, propuso un uso del lenguaje que representa fielmente la realidad y evita la tentación de ir pisando charcos. Uno de los enunciados era, de lo que no se puede hablar hay que callar, poco cabe añadir. Tan convencido estaba de su plan que abandonó la filosofía y se hizo maestro rural. Con el tiempo vio que a lo mejor no era para tanto y regresó quitando valor al uso del lenguaje para enfatizar el papel de quienes lo usamos y el contexto en que se produce. Así que, otra vez al fango.

Pasé los últimos cursos de primaria enamorado de una chica, por mi cabeza pasaron mil formas de decírselo, pero nunca lo hice. Más adelante me enamoré de otras chicas a las que sí compartí mis sentimientos, coseché de todo, también calabazas. Algunos dan a las palabras un poder absoluto, a otros solo le importan los hechos, lo demás es cháchara. Una declaración de amor, ¿son palabras o son hechos?.

El lenguaje es un código común a través del que expresamos nuestros anhelos en busca de respuesta y compañía, te quiero, yo también, ¿nos besamos?. Los malentendidos, te quiero, pero solo como amigo, se compensan con lo que este código nos aporta. Hay que tener presente que el lenguaje es intermediación, no la acción directa sobre las cosas. Decir te quiero es lenguaje, besar, uno de sus actos. Las palabras expresan intenciones que aspiran a ocurrir y lo que ocurre se suele originar en intenciones. Imaginamos un puente, lo representamos y así logramos construirlo. Por otro lado, al pasar el día en el sofá nuestro lenguaje expresa algo distinto a lo que expresaría si fuéramos a bailar. Lo que hacemos condiciona las palabras que salen por nuestra boca. En definitiva, la frontera entre lenguaje y hechos, pese a que tiene un tránsito enorme, es etérea. Las palabras no lo son todo, surgieron del impulso de nuestros ancestros por expresar y dar cauce a sus vivencias, pero, una vez aparecieron, se hicieron parte indisoluble del todo. Acaso decir te quiero no es un hecho y el beso no es un lenguaje.

En el trabajo creativo corremos siempre el riesgo de tropezar en lo lingüístico. Las palabras, las ideas, son estimulantes en sí mismas, es fácil perderse en sus vericuetos y olvidar que su aspiración es llegar hasta el mundo tangible de los besos. ¿Cómo evitar quedar atrapado en el barro? Wittgenstein no encontró la respuesta pero, acertó al plantear la pregunta y nos mostró como avanzar entre charcos.

Las palabras pueden acelerar nuestro paso vertiginosamente, si tú me dices ven lo dejo todo. Aunque, ese poder, más que de las palabras, emana de quien las dice, , y de la relación entre los implicados. Con frecuencia lo que se dice importa poco, Lo importante es quién, cuándo, dónde, cómo y por qué lo dice. Ninguna palabra es tan poderosa como aquella que encuentra su momento y su lugar.

Al final de la jornada, al hacer balance, las cosas que nos pasaron se hacen elocuentes, nos hablan. El diálogo que ocurre en nuestro interior nos lleva a planear lo que haremos al día siguiente. Con nuestras ideas ocurre lo mismo, las echamos a andar y cuando vuelven nos proponen pasos nuevos. El flujo entre palabras que hacen y hechos que hablan llena de energía nuestro caminar.

La palabra silla tiene significante, forma reconocible, y un significado concreto y compartido. No ocurre lo mismo con amor, libertad, virtud, suerte… son abstractas, no tienen representación visible y su significado depende del momento, del lugar y hasta del individuo que habla. Un terreno arcilloso en el que es fácil quedar atrapado en el intento de que los demás vean algo que solo está en nuestra mente. Nada malo se puede achacar al barro, al contrario, es señal de humedad y promesa de abundancia. Libertad es una palabra fértil que inspira y alimenta pero, a la hora de compartir su significado hay que asumir las limitaciones, ¿de qué color es la libertad? ¿cuántas patas tiene? ¿se puede comer?. Ahora bien, hay momentos en que nos invade la sensación de libertad, esos momentos los podríamos describir con pelos y señales. Seguramente, al hacerlo, los demás nos entenderían, algunos incluso se sentirían reconocidos.

Me siento libre al caminar por la playa al atardecer, los pies desnudos y el cosquilleo del agua, el mar me besa y el viento me abraza, tras las olas se esconde el sol, pero le delata una estela de luz menguante que lo hace todo más bello. Las palabras no persiguen un significado ideal, tarea imposible por otro lado, sino tomar vida, tanta que incluso lleguen a hablarnos para contarnos lo que realmente son.

 

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