Zenón de Elea ocupa el pódium de grandes trolls de la historia de la filosofía, y eso que la competencia es dura. Mientras que sus coetáneos disfrutaban de generar teorías acerca del espacio y el movimiento, él se dedicaba a aguarles la fiesta con paradojas que cuestionaban tales hallazgos. Esta escena de la película I.Q. representa una de las más célebres:

Si estás a un metro de un árbol y recorres la mitad de la distancia, luego la mitad de esa mitad y así sucesivamente, como toda magnitud es divisible hasta el infinito, y contiene por tanto el infinito, no podrás llegar nunca. ¿Cómo puede decir Zenón que es imposible llegar hasta el árbol si acabo de tocarlo con mis propias manos? Supongo que le tomarían por un provocador ocioso, Aristóteles le consideró el padre de la dialéctica. Sin embargo, esas paradojas, señalaban una ruta que siguieron otros matemáticos en los siglos posteriores, lo que les condujo a una mejor comprensión del concepto infinito y fue clave para el desarrollo del cálculo infinitesimal que tantas alegrías nos ha dado.

“Toda distancia contiene el infinito” es una afirmación tan evocadora como rigurosamente cierta. Por cosas así Bertrand Russel le definió más tarde como un pensador de inmensa sutileza y profundidad. Zenón nos mostraba una moneda donde la cruz era la imposibilidad de llegar a ningún lugar, y la cara era que todo trayecto, con independencia de su magnitud, contiene posibilidades infinitas. Antes de visitar por primera vez Roma ya tenía creada en mi mente una imagen de la ciudad a partir de películas y libros. Al aterrizar en el aeropuerto de Fiumicino no llegué a esa ciudad, aunque sí logré ir acercándome a una Roma tangible a través de los paseos, la gente, las monedas que eché en la Fontana de Trevi. Nada es tal cual era en nuestra cabeza, hay que reconocer que en ese sentido todo es inalcanzable.

Puede que jamás nadie logre llegar a Roma si hacemos caso a Zenón, pero en el anhelo de lograrlo primero nos acercamos a pie, luego inventamos carruajes, más tarde el coche, el avión, ahora usamos pantallas. Escuché que en febrero llegan tres sondas a Marte, la conquista de ese planeta sigue pareciendo lejana, lo que no impide que ya disfrutemos de las tecnologías que se desarrollan con tal propósito. La wikipedia afirma que el avión fue inventado por los hermanos Wright, no lo creo, ellos avanzaron por un camino que comenzó milenios atrás, quizás cuando una niña extendió sus brazos al aire y aleteó colina abajo creyéndose un pájaro, por ese camino siguió Leonardo Da Vinci, entre otros, con sus artilugios voladores, luego llegaron los hermanos Wright y la senda continúa a través de parapentes, drones…

Los pasos iniciales por un camino deseado son rápidos y largos, la excitación de lo novedoso. A medida que avanzamos la emoción se templa y los pasos se van acortando; la mitad de la mitad de Zenón. El deseo de continuar puede evaporarse si esos mini pasitos nos hacen sentir inmóviles y desvelan la imposibilidad del horizonte que se persigue. El reto es hallar nuevas rutas para continuar por un sendero que cada vez se parece más a sí mismo; aparentemente es sencillo, las posibilidades son infinitas, pero con cada avance se hacen más sutiles y menos perceptibles. Este suele ser el propósito de la creatividad, explorar lo cotidiano hasta dar con un requiebro luminoso que desborda el camino. 

Ni siquiera es posible llegar a conocer del todo a otra persona, seguramente ni a nosotros mismos. Nos vamos acercando, por minúsculos que sean los pasos, en la medida que mantenemos viva la motivación de hacerlo. Nietzsche negó la posibilidad de alcanzar ninguno de estos ideales, Bauman alertó de que el ansia por llegar nos alejaba de la recompensa que era el propio camino. Zenón, estando de acuerdo con ambos, quizás matizaría que el deseo por alcanzar un ideal nos impulsa a seguir caminando en esa dirección.

Hace tiempo que intento crear un juego sobre emociones. En mi cabeza ya tengo el ideal. He hecho varios prototipos, algunos se le acercan, pero el juego sigue tan lejos como Marte. Sé que no voy a alcanzarlo, como tampoco llegué a la Roma de las películas, aunque mientras mantenga el mismo impulso que la niña que aletea como un pájaro colina abajo tendré algo aún más poderoso que el deseo de llegar a ese juego ideal, la certeza de que estoy avanzando a través de las infinitas posibilidades del trayecto.

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