–Odio a Marina Abramovic–
Eso es lo que dijo Cristina mientras arrasábamos una paella de vegetales y copas de vino en casa de Irene. Marina Abramovic es una artista Serbia célebre por sus performances donde explora los límites del cuerpo y la mente. Es interesante, aparte de seguir su obra, reproducir y experimentar algunas de sus propuestas. En aquella mesa, la Abramovic actual no era santo de devoción de casi nadie, aunque solo Cristina destapó sus cartas con tal contundencia.
Creo que la vida es más fácil, incluso estimulante, cuando compartimos nuestros sentimientos antes de entrar en grandes razones. Lo frecuente es que ocurra al revés, para ocultar el sentimiento que algo nos provoca, contruimos razonamientos donde parecemos empeñados en convencer a los demás de lo que deben sentir.
Cristina destapó sus cartas, eso dio lugar a una conversación divertida, sabíamos de qué pie cojeaba y no perdimos la oportunidad de divertirnos con ello. También es cierto que su odio era una hipérbole. Estaba decepcionada, como otros en la mesa, con el rumbo que había tomado la carrera de la artista de un tiempo a esta parte, y sentía una leve hostilidad hacia lo que representaba ahora. Nos pasa a todos, alguien en quien depositamos grandes expectativas nos decepciona y eso despierta alguna hostilidad. El sentimiento, en todo caso, nos pertenece a nosotros, nadie es responsable de las expectativas depositadas en él.
La hostilidad es mucho más leve y fugaz que el odio. Aparece, como en este caso, al salir el nombre de la artista en una conversación, pero enseguida se olvida y a otra cosa mariposa. El odio en cambio se queda a vivir en nosotros y llegar a condicionar cada paso que damos. Hay personas que sienten hostilidad hacia otras por sus ideas, su cultura, su raza. Esta se manifiesta cuando entran en contacto con ellas en la calle, o cuando aparecen en una conversación o una noticia. Si esa hostilidad no se puede limitar o controlar, acerca al abismo del odio. Todos tenemos prejuicios y alimentamos expectativas fallidas, hay que andar con cuidado por la cuerda floja de la hostilidad.
A Cristina alguien en la mesa le dijo que no había que odiar a nadie y ella respondió, «si total ella ni siente mi odio ni ná, es cosa mía». Cuando alguien da una explicación tan encantadora sobre su odio, es imposible que esté odiando. Quien odia, aparte de intentar ocultarlo, llegado el caso esgrime razones para que ese odio se vea como razonable y lógico. En cuanto a su leve hostilidad, pienso que Cristina, de encontrarse cara a cara con Marina Abramovic, saldría disparada a pedirle una fotografía y un autógrafo.
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