El aburrimiento se cura con curiosidad, la curiosidad no se cura con nada Dorothy Parker
Dorothy Parker, tras perder prematuramente a toda su familia, a los 20 años ya se ganaba la vida como pianista en una escuela de baile, entre otras ocupaciones. Su talento unido a sus numerosas inquietudes hicieron que no tardara en convertirse en firma habitual de las más importantes publicaciones de la época, así como asidua de los afamados círculos creativos de New York. Un espíritu libre y un ingenio afilado la hacían magnética a los ojos de los demás, aunque ello también le acarreo peajes que pagó a lo largo de su vida. El aforismo sobre el aburrimiento refleja su brillantez para expresar ideas profundas de modo directo y clarividente.
Cuando era niño, nuestro entretenimiento principal al salir de clase consistía en improvisar dos porterías en cualquier lado y dar patadas al balón hasta la hora de cenar. De vez en cuando ocurrían pequeñas desgracias, el balón rompía un cristal, impactaba contra un vecino, o alguno de nosotros terminaba con una avería que necesitaba puntos o escayola. Entonces nuestros padres nos confiscaban el balón hasta que las aguas volvían a su cauce. El primer día sin él se nos caía el mundo encima, desparramados bajo un árbol matábamos los interminables minutos viendo pasar hileras de hormigas, sacando piedras de la tierra con las dedos o recordando algo que vimos en la televisión. Más pronto que tarde alguno de esos devaneos terminaba por hacer click y en un santiamén ya estábamos improvisando un nuevo divertimento. Estos hallazgos se incorporaban a un catálogo que no dejaba de crecer, todo lo que inventábamos incluía el riesgo de volver a colmar la paciencia de nuestros padres.
El aburrimiento nos convierte ipso facto en exploradores, la urgencia por dejarlo atrás hace emerger de modo instintivo la curiosidad, como un machete que aparta las ramas para que podamos avanzar entre la espesura hasta vislumbrar una senda hacia lo nuevo, lo distinto, o lo que teníamos olvidado. Paradójicamente, el aburrimiento ha terminado por convertirse en nuestro archienemigo, contra él nos protege un superhéroe llamado Entretenimiento Infinito, le persigue por tierra, mar y aire sin darle respiro. Aburrirse es poco menos que una afrenta cuando nuestro superhéroe se desvive de tal manera por protegernos. Aunque, a mi juicio, sería sano cuestionarse a ese proclamado superhéroe, ¿nuestro entretenimiento nos lleva siempre al lugar donde queremos estar?, o quizás en ocasiones sería preferible salir a la jungla, tomar el machete y explorar otras rutas. No es fácil encontrar ese punto de inflexión, de niños el enfado de nuestros padres nos empujaba a ello; ahora, el entretenimiento es un manto omnipresente que produce una sensación de calor de la que no es fácil separarse. Nadie elegimos aburrirnos, las circunstancias tienen que ayudarnos dejando abierta esa posibilidad, incluso empujándonos a ella si estamos atascados en algún rincón cómodo pero poco gratificante.
Hay mala prensa alrededor del aburrimiento, con razón además, contra lo que se piensa no es una situación pasiva, al contrario, el que está aburrido se ve de repente fuera del carril por el que circulaba y es entonces cuando toca con sus dedos la posibilidad de cambiar el rumbo de las cosas, las pequeñas e incluso de las grandes. Dorothy Parker demostró, aún después de muerta, que aburrirse de vez en cuando es todo lo contrario que ser aburrida, en su epitafio mandó escribir, disculpen por el polvo. Contrayendo la enfermedad del aburrimiento se accede a la maravillosa cura que es la curiosidad. La curiosidad en cambio no tiene arreglo, por suerte es una afección llevadera, por momentos incomparablemente gozosa.
Escucha nuestro Podcast
Capítulo 0 Filosofía creativa
Capítulo 1 Nietzsche: “no hay hechos, solo interpretaciones”
Capítulo 2 Zigmunt Bauman: “llenar la alacena”
Capítulo 3 Zenón de Elea: “toda distancia contiene el infinito”
Capítulo 4 Virginia Woolf: “no hay necesidad de apresurarse ni de brillar”
Capítulo 5 Hegel: Los ladrones de la creatividad
Capítulo 7 Wittgenstein: “el incierto poder de las palabras”
Capítulo 8 El camino de la creatividad