Luismi, en los veranos en el pueblo de sus abuelos, salía todas las tardes a jugar al fútbol a un descampado cercano, donde las ortigas habían fundado un imperio. Como vestía pantalones cortos, sus piernas terminaban, una y otra vez, llenas de picaduras. Hasta que una tarde decidió cortar por lo sano; cogió un balde, lo llenó con tanta agua como podía acarrear y se puso a regar las ortigas. Su abuelo, que pasaba por allí, alucinó. -¿Pero qué haces? -le dijo-. Y la respuesta de Luismi probablemente le dejó aún más atónito: -Matarlas para que dejen de picarme-.
El pequeño Luismi estaba convencido que el único camino para morir era crecer hasta hacerse viejo. Y lo que intentaba, en buena lógica, era acelerar el proceso con las ortigas. Las creencias determinan las acciones; ignorarlas nos impide entender lo que pasa, y nos quita la oportunidad de influir para que ocurra algo distinto.
El pequeño Luismi estaba convencido que el único camino para morir era crecer hasta hacerse viejo. Y lo que intentaba, en buena lógica, era acelerar el proceso con las ortigas. Las creencias determinan las acciones; ignorarlas nos impide entender lo que pasa, y nos quita la oportunidad de influir para que ocurra algo distinto.