Robert de Niro, como todos los grandes actores, convivía durante meses con los personajes que debía interpretar; vestía como ellos vestían, comía lo que ellos comían, vivía como ellos vivían. Después, con su talento y experiencia, aportada ese matiz que los hacía inolvidables. Sin mimetizarse con sus personajes, el resultado no hubiera sido tan rico y creíble. Y sin aportar su talento, hubiera sido interesante, pero sin chispa. Empaparse de la realidad que se desea transmitir, es un paso fundamental para que el talento encuentre un camino luminoso.